Ésta es la premisa fundamental a partir de la cual el gran pensador italiano Giovanni Sartori examina en esta obra —ya clásica y, sin embargo, hoy más actual que nunca— la vídeo-política y el poder político de la televisión; la conversión del vídeo-niño en un adulto sordo de por vida a los estímulos de la lectura y del saber transmitidos por la cultura escrita; la formación de la opinión pública, y la cantidad de saber que pasa —y no pasa— a través de los canales de comunicación de masas.
Ante el avance imparable de la edad multimedia ¿aparecerá una nueva forma de pensar, un postpensamiento acorde a la nueva cultura audiovisual?
A continuación tienes dos extractos de su apéndice que están en relación con las teorías políticas expuestas en clase de Historia de la filosofía de 2º de Bachillerato.
¿QUÉ CIUDADANO?
Nos tenemos que poner de acuerdo sobre la noción de ciudadano. En el sentido literal del término, ciudadano (civis) es quien vive en la ciudad (civitas). En este caso ciudadano es lo contrario de campesino, de quien vive en el campo, fuera de la ciudad. Pero esta noción topológica, digámoslo así, de ciudadano no es la que nos interesa. Así como no nos interesa la ciudadanía definida por un pasaporte. Nos interesa, en cambio, la contraposición entre ciudadano y súbdito, y por ende la noción propiamente política de ciudadano. El súbdito es un dominado, el que está aplastado por el poder, el que no tiene ningún poder (de cara a su Señor o Soberano). El ciudadano, en cambio, es titular de derechos en una ciudad libre que le permite ejercerlos. Mientras que el súbdito no cuenta —ni siquiera tiene voz— el ciudadano cuenta: tiene voz, vota y participa, o por lo menos tiene el derecho de participar en la gestión de la res publica. Pero el ciudadano así definido todavía no es un ciudadano "demo-potente" que ejerce el poder personalmente. Esta diferencia pasa en gran medida desapercibida, y sin embargo es una diferencia crítica. El ciudadano de la democracia representativa vota para elegir a las personas que irán a deliberar. En algunas ocasiones (el referéndum) vota también sobre issues, es decir, decide sobre cuestiones. Pero en la democracia representativa el referéndum es un instrumento decisional subsidiario. Si no fuese así, la democracia representativa ya no sería tal y se convertiría, precisamente, en una democracia referendaria, es decir, en una democracia directa.
Esta transición de una democracia indirecta a una directa se presenta como una transformación de estructuras. Pero es mucho más que esto. Porque postula una concomitante transformación del ciudadano. El ciudadano al que sólo, o sobre todo, se le pide que elija un representante, es sustituido por un ciudadano reforzado, un hiper-ciudadano, al que se le pide que sea un juez de méritos, un ciudadano que decide sobre el mérito. La teoría de la democracia directa presupone, por tanto, la transformación del ciudadano puro y simple en el hiper-ciudadano que debe —debería— conocer las cuestiones sobre las que decide y ser en cierta medida competente en las materias asignadas a su competencia. Sobre este presupuesto —que por lo demás es una condición necesaria— la teoría de la democracia directa es majestuosamente inencontrable.
Pero el hecho sigue siendo que sin el hiper-ciudadano una democracia directa no puede funcionar (o se hace muy disfuncional). Miremos a nuestro alrededor. ¿Vemos emerger nuevos ciudadanos que estén a la altura de las nuevas tareas? Seguramente no. Mientras la teoría postula la belleza del "directismo" y de la "democracia continua" (ya llegaré a ella), la realidad está produciendo la desaparición del ciudadano que bien o mal teníamos, es decir. su degradación a hipo-ciudadano. Y seguramente es así. porque es seguro que el homo videns se traduce en un ciudadano que cada vez sabe menos de los asuntos públicos, es decir, de los asuntos que le habilitan para la ciudadanía. En este libro el debilitamiento del ciudadano se ha localizado en el contexto de una pérdida progresiva de autonomía de la opinión pública.
DEMOCRACIA CONTINUA Y DEMOCRACIA DELIBERATIVA
La tecnología, como explica estupendamente Stefano Rodotá (1997), da entrada a la "tecnopolítica" y con ésta nos propone una "democracia continua". Esta democracia continua es verdaderamente practicable (sin duda la tecnología la hace posible). ¿Funcionaría mejor que la democracia representativa? ¿Es una democracia más avanzada que nos hace avanzar?
Rodotá hace suya, de entrada, la conocida tesis de Rousseau del pueblo inglés "que cree ser libre" pero que se engaña, porque solamente lo es cuando elige a los miembros de su parlamento; después de esta elección vuelve a convertirse en "esclavo, ya no es nada" (Contrato social, III, cap. 15). Pero esta tesis es infundada. Porque en el intervalo entre una elección y otra, los elegidos están guiados por el principio de las "reacciones previstas", y por tanto cotidianamente dan por descontado las reacciones previsibles de sus electores. En las cuestiones más sentidas por los votantes, sus representantes se hacen en gran medida hétero-directos. Y con la sondocracia (sondeo-cracia) la auscultación de los representantes se hace prácticamente cotidiana. Así pues, entre una elección y otra no hay ningún "pueblo esclavo".
Por tanto, yo no estoy de acuerdo con la afirmación de que "una de las cuestiones más espinosas de la democracia de los modernos siempre se ha referido al modo de colmar el vacío entre una elección y otra, de interrumpir el silencio de los ciudadanos, de rescatarlos de esa condición de esclavitud que atacaba Rousseau" (Rodot, l997,p.8). Pero si el problema de la intermitencia no me turba, la democracia continua de Rodoti sigue siendo interesante porque es sobre todo una "democracia deliberativa", es decir, una democracia compartida por los ciudadanos que intenta unir elementos de democracia directa y elementos de democracia representativa.
El primer problema lo encontramos en la expresión "democracia deliberativa". En Habermas, y también en la inteligente y original propuesta de James Fiskin (1991), deliberation significa debate y discusión. En cambio en italiano se dice: primero conocer y después deliberar. Lo cual significa que en italiano deliberar puede ser, y a menudo lo es, solamente decidir, solamente elegir. Con frecuencia en italiano el término se usa como sinónimo de votar. Y en este caso por aquí no vamos bien. Porque el problema está precisamente en esta diferencia: la diferencia entre un decidir-votar que es precedido y orientado por una enlightened discussion (la fórmula de Fiskin), y un decidir-votar que solamente expresa preferencia, acto de voluntad.
Este contraste se puede traducir, técnicamente, en la diferencia entre decisiones por suma positiva y decisiones por suma nula (o incluso suma negativa). Una decisión es por suma positiva cuando todas las partes en juego vencen u obtienen algo; y es bastante evidente que este resultado está vinculado al gobierno por discusión (la deliberation inglesa). Por el contrario, en una decisión por suma nula quien gana, gana todo, y quien pierde, pierde todo. El referéndum, por ejemplo, es una técnica decisional de suma nula. Y este resultado es bastante probable cuando tenemos un decidir-votar que no está "contratado" sobre el mérito y en el mérito, sino que expresa preferencias preconstituidas (cfr Sartori, 1987, págs. 214-253; Sartori, 1993, págs. 78-88).
De lo anteriormente dicho deduzco que el problema no es de continuidad o intermitencia. Es entre el "juego del sí y del no" por un lado, y el juego "del juicio crítico" por otro (así dice precisamente Rodotá, 1998, p. 100). Y éste no es un problema resuelto por la tecnología; es más, está agravado por la tecnología. Porque la tecnología atropella cada vez más al peso del "juicio crítico". Las posibilidades de la tecnología son una cosa, la realidad de una tecnopolítica gestionada por vídeo-ciudadanos y sub- ciudadanos es completamente distinta. Y el mundo real no se está desplegando a favor del "primero conocer y después decidir". Adiós, en tal caso, a la democracia deliberativa.