Buscar en Filosofía para llevar:

20 ene 2025

Déjame que te cuente...


Me dicen en mi Departamento que, en el próximo Claustro, se votará si permitimos en nuestro centro llevar el velo islámico y que no habrá debate para no enzarzarnos en una discusión larga. Y parece que se hará en secreto. Permíteme robarte unos minutos de tu tiempo porque quiero contarte un cuento:

 

Me contaron en la escuela que hubo un tiempo en el que mataban a quien pensaba diferente. Me contaron en la escuela que se expulsó de nuestra tierra a los que tenían otra religión que no era la verdadera. Me contaron en la escuela que algunos pensaron que era buena idea exterminar a grupos enteros porque su raza no era la nuestra. Me contaron en la escuela que, durante muchos siglos, a colectivos diversos se les esclavizó o se les miró con recelo por el color de su piel, porque vestían distinto, porque comían distinto o tenían costumbres distintas. Me contaron en la escuela que, hasta hace muy poco tiempo, se privó de derechos a la mitad de la población del mundo porque eran mujeres. Me contaron en la escuela que hubo un tiempo en el que el odio partió familias y estuvimos, aquí en España, tres años en una guerra. Me contaron en la escuela que, después, hubo una dictadura y que solo valía lo que decía el señor que ganó la guerra. Me contaron en la escuela que, en el norte, algunos se dedicaron a matar de un tiro en la nuca y coches bomba a quienes no pensaban como ellos. Me contaron en la escuela que, en el sur, hicimos una valla muy alta y con pinchos para que no pasen a este lado esos a los que queremos fuera.

Me contaron también en la escuela que, por fin, llegó un tiempo en el que aprendimos a convivir respetando las diferencias; que existe una cosa llamada derechos humanos que son para todos los humanos, sin importar de dónde vengas, dónde hayas nacido, quiénes sean tus padres, cuánto dinero hay en tu cuenta, cómo vistes, qué comes o cómo llamas al Dios al que le rezas. Me contaron en la escuela que todos somos iguales y libres; y que hablando se entiende la gente; y que no hay que imponer a nadie lo que uno piensa; y que no importa si otros pintan su vida con una paleta de colores que tú detestas. Me contaron que estamos todos aquí para hacernos la vida un poquito más fácil; y que en la variedad está el gusto; y que en caso de duda es mejor seguir pensando; y que, si no se limpian las heridas, al final se infectan y puede entrar gangrena. También me contaron que la arruga es bella y que era bueno escuchar a los viejos; y que es muy hermoso vivir en entornos donde todos cabemos; y que, para entender lo que no entiendo, puedo levantar la mano y preguntar a quienes sí saben porque lo están viviendo; y que nadie lo sabe todo, pero que entre todos podemos estar más cerca de saberlo; y que se pueden sumar los cachitos de verdad para hacer una más grande, aunque al principio dé miedo; y que había que respetar la libertad de pensamiento

Y también me contaron que contaban conmigo para aportar algo en este reto. Y yo creí a quienes me lo contaron… Y me hice profesor, como ellos, para seguir escribiendo este cuento.

Y soñé que las últimas páginas de nuestro cuento nos llevaban muy lejos: Soñé que, en clase, además de “nuestras cosas”, les enseñábamos a los alumnos, con nuestro ejemplo, a ser mejores personas, a pensar diferente, a ser creativos, a cuestionar las creencias, a no aceptar sin más lo políticamente correcto, a ser críticos con las imposiciones, a respetar a sus compañeros, a disfrutar con las discrepancias, a poner en duda sus certezas, a no tener miedo, a confiar en sí mismos, a escuchar a los que piensan distinto, a comprender que cada uno tiene su historia, a tratar de ayudar siempre o, al menos, a no molestar a quien lo está haciendo, a pedir ayuda, a implicarse, a defender a los que pasan por malos momentos, a superarse a sí mismos, a cuidar a los más frágiles, a no centrarse tanto en lo que nos separa sino en lo que nos une, a tener un corazón inmenso y que lo hagan crecer al ritmo que les metemos cosas en sus cabezas…, y que las cubran como quieran, que se las rapen o que se las pinten del color que les venga, porque no importa lo que está por fuera sino lo que llevan dentro.

Y hoy me he despertado y, mientras mi sueño se enfría lentamente como el café mañanero, veo que hay una página importante que puede cambiar el final de nuestro cuento. El miércoles votaremos en el Claustro lo que llevamos tiempo debatiendo: si las alumnas y profesoras que así lo quieran podrán seguir llevando el velo. Nosotros no somos quién para decidir eso.

He leído las opiniones de todos y me duele en el alma el daño que entre todos nos estamos haciendo. Somos profesores, no jueces. Somos compañeros, no rivales. Al margen de nuestras razones, argumentos o quién suma más en cada lado…, quizá sea bueno que escuchemos en silencio atento a quienes, con su elección libre de vestir como quieren, ya nos llevan hablando desde hace tiempo. Tan equivocado es obligar a vestir a alguien como no elige como prohibírselo cuando ha tomado la decisión de hacerlo. A los extremistas de un lado los llamamos talibanes; a los del otro, no me gustaría que se asocie al nombre de ningún compañero, y tampoco al de mi Centro. Tomar decisiones así les corresponde a otros; a nosotros nos toca educar, cuidar, sembrar, ayudar a crecer, formar y enseñar a desplegar las velas. A veces uno sabe en qué lado estar simplemente mirando a los que están enfrente.

Podemos cargamos de argumentos que validen nuestra posición, cada cual la suya, pero también nos cargamos en el proceso a quienes ya no podrán seguir eligiendo algo tan sencillo como ponerse o quitarse un velo, un signo de identidad que nada tiene que ver con cuestiones educativas ni de lejos. Con prohibiciones que no tienen sentido pedagógico, todo se vuelve un poco más feo. No me gustaría que mis alumnos tengan que contar el cuento de que hubo un tiempo en el que sus profesores votaron eso. Que decidan los decididores, nosotros a educar, que es lo nuestro. Que impongan los impositores, nosotros a convencer, aunque lleve más tiempo. Que quiten libertades los quitadores, nosotros a aportar y a caminar hacia la auténtica libertad verdadera. Que obliguen los obligadores, nosotros, mientras tanto, a construir un entorno educativo libre, igualitario, estimulante, diverso y plural.

Algunos pensaréis que esto no va con vosotros y preferiréis no mojaros. Os comprendo porque es verdad. A ti no te afecta ahora, pero a algunas personas de tu entorno sí. Tú no quieres mojarte, pero a otros les salpica tu decisión… Y sienten frío… Y necesitan tu paraguas para protegerse de los salivazos… Tendrás que mojarte o dejar que otros mojen o mojar, tú eliges. Libertad, igualdad y fraternidad fue el lema de la revolución francesa. Mi deseo es que nuestro Centro siga siendo un espacio de libertad, de igualdad y de fraternidad… Y, aunque suene a tautología pedante, la libertad se consigue siendo libres, la igualdad cuando todos somos iguales, y la fraternidad cuando actuamos como si realmente nos creyéramos las otras dos.

Si te identificas con este cuento, cuento contigo para defender la libertad no solo aquí sino en todos los centros de La Rioja. Si aún estás en duda, reflexiona, pregunta, pero no calles ni aceptes sin más. Sapere aude! ¡Atrévete a pensar! Estamos escribiendo una página importante de nuestra pequeña historia. Y, por supuesto, si no estás de acuerdo y te apetece, podemos tomarnos un café y me cuentas tu cuento. Posiblemente no llegaremos a un acuerdo pero, al menos, nos habremos escuchado, que es una competencia fundamental que tenemos que aprender quienes estamos rodeados de alumnos y nos dedicamos a ellos.

Nuestras razones importan poco cuando lo que está en juego es hacerles peor la vida a otras personas, restringir libertades o imponer criterios. Somos profesores. No dejemos de serlo.

* * * * *

Con todo el cariño del mundo a todos los compañeros que, desde cualquier posición, estáis contribuyendo a que cada día que pasamos juntos en esta tarea educativa merezca ser vivido con la intensidad, creatividad, atrevimiento y valor que exige esta profesión tan bella. Alguien continuará nuestra historia y habrá merecido la pena el esfuerzo de escribir nuestro cuento. ¡Nosotros izamos velas, no arriamos velos!



No hay comentarios:

Publicar un comentario