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26 nov 2014

El aprendizaje de la Sabiduría.




"¿Qué deberían saber los padres para poder educar bien a sus hijos? En primer lugar deben conocer el mundo en que viven y el mundo en que previsiblemente van a vivir. Tienen que decidir si los educan para el mundo que hay o para que sería bueno que hubiera. ¿Deberán inculcarles una moral o dejar que la descubran cuando tengan uso de razón? ¿Deben imponer una disciplina rígida o no deben imponer ninguna disciplina? ¿Cómo se pueden desarrollar mejor las capacidades del niño? ¿Cómo ayudarle a que adquiera las competencias necesarias para enfrentarse con los problemas que sin duda alguna se le van a plantear? ¿Cómo saber cuáles son las buenas prácticas educativas, entre los mensajes contradictorios que reciben? Por último, aunque esos mensajes estuvieran claros, no dejarían de ser generales y abstractos. ¿Cómo aplicarlos en la situación concreta de cada uno, con sus dificultades y sus posibilidades? Ante estas dificultades —que se dan no sólo en el mundo de la educación, sino en otros órdenes vitales— aparece la necesidad de tener un «coaching» personal, un entrenador o consejero o asesor o terapeuta. Pero ninguna de estas ayudas resuelve el problema, porque la vida es demasiado personal y minuciosa. Aparecen aquí algunas características de ese saber que estamos buscando: conocer la realidad, aprovechar los conocimientos científicos, tener una idea clara de los valores morales, y saber aplicar todo esto al caso concreto. Y todo ordenado a dirigir el comportamiento en dirección a la convivencia feliz y digna."

En este libro, del que os he seleccionado este párrafo del primer capítulo, José Antonio Marina nos enseña el arte de aprender a aprender (aprender a vivir y a convivir); un arte que no se aprende memorizando datos sino utilizando bien nuestras capacidades. A continuación tenéis el prólogo y sus 5 claves para la felicidad por si a alguien le entra el gusanillo de leerlo o por si queréis regalarle este libro a vuestros padres por Navidad... Sería una buena elección.

PROLOGO.

José Antonio Marina, uno de los grandes —y escasos— sabios de la psicopedagogía actual, recoge en este libro dos obras anteriores suyas, ampliándolas, actualizándolas, y aportando un específico e interesante prólogo: Aprender a vivir y Aprender a convivir. Se trata de responder a dos preguntas fundamentales: ¿se puede enseñar a vivir? y ¿quién y cómo debería enseñarnos a convivir? Es sabido que Marina afirma que la sabiduría es la «inteligencia práctica», y defiende su prioridad frente a la «inteligencia teórica». La sabiduría sería el uso de la inteligencia necesario para dirigir adecuadamente el comportamiento en aquellos temas que, por afectar a la felicidad y a la dignidad (otros dos conceptos claves en el pensamiento antropológico y educativo de Marina), son los más urgentes e importantes. La distinción entre inteligencia estructural y uso de la inteligencia, así como la importancia del pensamiento sistémico, están presentes a lo largo de todas estas páginas y su análisis de conceptos como «personalidad», «sociedad», «dignidad», «felicidad», «recursos personales y sociales», «autonomía»…

En Aprender a vivir queda plasmado que, para Marina, la principal función de la educación no es transmitir conocimientos, sino enseñar a vivir, una tarea en la que, actualmente, docentes y padres parecen educar contracorriente. Todos ejercemos una influencia educativa buena o mala por acción u omisión, por lo que la sociedad entera debe implicarse: padres y docentes, medios de comunicación empresas e instituciones. Necesitamos una gran movilización educativa, porque, según reza un proverbio africano, «para educar a un niño se necesita toda una tribu». Así, Aprender a vivir propone un esbozo de psicología emergente, el desarrollo de la personalidad a partir de unas estructuras biológicas y sociales, un proceso que empieza en la psicología y acaba en la moral. Se exponen los fundamentos teóricos de un modelo de educación que debe ayudar al niño a desarrollar su capacidad para elegir bien sus metas en función de las aspiraciones universales del hombre. Conseguir estas metas va a depender de los recursos con los que cuente, por eso el modelo educativo que se propone está basado en la teoría de los recursos personales y sociales. El desarrollo de la inteligencia incluye aspectos cognitivos, afectivos y sociales. Necesitamos recuperar para la educación, conceptos que un mal uso pedagógico ha dejado inservibles, como la voluntad (entendida no como una cualidad innata sino como una función de la inteligencia) o el sentido del deber (entendido como un elemento liberador que nos impide dejarnos llevar por presiones o impulsos incontrolados). La educación puede y debe ayudar al niño a contar con los recursos necesarios para construir una personalidad inteligente en una sociedad que le permita desarrollar sus posibilidades y alcanzar una vida digna y feliz.

En Aprender a convivir, Marina —quien, aun siendo Doctor y Catedrático, es feliz dando clase en un Instituto de Enseñanza Secundaria y en una labor ingente «a pie de calle» con padres, educadores, e instituciones— da un paso más: es importante no solamente aprender a vivir, sino que aprendamos a convivir. Marina analiza para ello diferentes tipos de convivencia (la convivencia íntima, que incluye la familia, la pareja, los amigos, y los compañeros de trabajo; la convivencia política; y la convivencia con uno mismo). Y trata de aportar soluciones educativas, psicológicas y reeducativas. En concreto, Marina considera que el modelo de la educación para la convivencia tendría que establecerse a tres niveles: educación afectiva, que ayude a sintonizar con los valores fundamentales; adquisición de hábitos operativos, que aumente la capacidad para realizar esos proyectos; y una educación normativa teórica, que proporcione nociones básicas de la Ética y el Derecho. Finalmente, la elaboración de una Ética transcultural ayudará a proteger y también a limitar los distintos códigos morales o religiosos, que deben circunscribirse a la esfera privada, íntima y personal de los miembros de una comunidad. Y es que, porque se sabe que la educación es socializar, es preciso integrar la búsqueda de la felicidad privada en un círculo más amplio, el de la felicidad pública: no puede existir la una sin la otra.

El aprendizaje de la sabiduría llevaría, así, a la consecución del «buen ciudadano» que el libro hace al final, y que, en fin, sería el que «se esfuerza en realizar su proyecto privado de felicidad colaborando al mismo tiempo a la felicidad pública». Es el «poeta de la acción».

Un apartado sobre la felicidad

En Aprender a vivir sostuve que para aumentar la posibilidad de ser feliz, el ser humano debe ser capaz de realizar una serie de actividades: las cinco principales son:
  1. Elegir las meta adecuadas, lo que significa establecer prioridades, saber planificar, hacer revisión de la vida, atreverse a cambiar de proyecto si es necesario, determinar la jerarquía de valores que van a dirigir nuestra acción, etc.
  2. Resolver problemas, ser capaz de tomar buenas decisiones, de no refugiarse en la pasividad o en la huida, saber reconocer lo que es o no una buena solución, soportar el esfuerzo para ponerlas en práctica, etc.
  3. Valorar las cosas adecuadamente y disfrutar con las buenas. La capacidad de disfrutar no es tan común como parece. Con frecuencia la ansiedad, el miedo, el aburrimiento o la envidia nos impiden apreciar lo bueno.
  4. Tender lazos afectivos cordiales con los demás, ser capaces de querer, de convivir, de colaborar, de comprometerse.
  5. Mantener la autonomía correcta y responsable. Se trata de acertar con la distancia justa. Ni fusión que anule la propia autonomía, ni desvinculación que rompa los lazos sociales.



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