Para comprender mejor el concepto de templanza (sophrosine) del que habla Platón en su antropología como la virtud que debe regir la tendencia racional del alma (sabiduría) y que es imprescindible también en su visión de los sistemas de gobierno justos (regidos por la sabiduría), aquí tenéis este pequeño extracto de J. A. Marina donde queda muy bien explicado:
"Frente al acogotamiento de la pasión, que puede ser un atolondramiento ante lo vulgar, defiendo el poder del entusiasmo, que es la intensidad alegre que merece lo valioso.
Cuando hablo de equilibrio afectivo (...) hablo de deseos, sentimientos y apegos. Aunque resulte escandaloso para la pacatería post romántica, hay buenos y malos deseos, sentimientos adecuados e inadecuados, apegos creadores y apegos destructivos. Estoy diciendo algo tan evidente, que me da vergüenza justificarlo: el deseo de violar a una niña y después matarla es un mal deseo. El sentimiento de envidia es un mal sentimiento. Y la adicción a la heroína es un mal apego. ¿Por qué? Porque dificultan las dos grandes metas: la felicidad privada o la dignidad de la convivencia.
Entre los recursos de una persona se encuentran el ánimo, la vitalidad, la capacidad de entusiasmo, un buen estilo de motivación —buscar el logro antes que el premio—, estilos afectivos bien concertados con la realidad y con los fines del individuo.
Este atemperamiento a la realidad es lo que los antiguos griegos llamaban sophrosine y los latinos templanza. Me gustaría recuperar esta palabra envilecida por un mal uso. «Templar», dice María Moliner, significa «colocar las cuerdas o notas de un instrumento en el tono debido. Dar al hierro, al cristal o a otros materiales, la dureza o la elasticidad necesarias». La templanza no disminuye sino que amplía las posibilidades. Hay un temple del ánimo como hay un temple del acero. Se trata de que las ocurrencias afectivas, que emergen desde lo más profundo del yo ocurrente, no sean obstáculos insalvables para la felicidad y la nobleza. Casi todas las culturas han valorado la serenidad como gran recurso. Se opone a la angustia, la inquietud, la intranquilidad. La serenidad no es desinterés ni aburrimiento ni anestesia afectiva, sino una actitud ante la realidad que permite valorar objetivamente sus cualidades y sus peligros. Para los orientales, un tipo nuevo de perspicacia. Ya se lo dije antes: el entusiasmo es intenso y sereno.
El buen temple ajusta bien al momento, al kairós, a la ocasión. Unas veces hay que ser flexible y otras rígido, unas veces tolerante y otras intolerante, unas rápido y otras lento. Hay un tiempo para sembrar y otro para recoger, un tiempo para cantar y un tiempo para llorar. La serenidad abre espacio para múltiples valores".
(José Antonio Marina, El aprendizaje de la sabiduría, p. 161).