Buscar en Filosofía para llevar:

10 nov 2019

Repensar la pobreza...


Repensar la pobreza. Un giro radical en la lucha contra la desigualdad global (Abhijit V. Banerjee & Esther Duflo).


Este libro cambia nuestra manera de pensar sobre la pobreza y lo que debemos hacer para aliviarla. ¿Cómo se vive con menos de un dólar al día? ¿Por qué los microcréditos resultan útiles pero no son el milagro que algunos esperaban? ¿Por qué los pobres dejan pasar las campañas de vacunación gratuita pero pagan por medicinas que a menudo no necesitan? ¿Por qué sus hijos pueden ir a la escuela año tras año y no aprender nada? ¿Por qué no siempre invierten en obtener más calorías, sino calorías que saben mejor?

Nuestra tendencia a reducir a los pobres a un conjunto de clichés nos ha impedido hasta ahora comprender los problemas a los que se enfrentan a diario. Dado que poseen tan poco, hemos asumido que no hay nada de interés en su vida económica. Las políticas gubernamentales destinadas a ayudarles muchas veces fracasan porque se fundamentan en suposiciones erradas con respecto a sus circunstancias y su conducta.

El mensaje del libro va mucho más allá de las trampas de la pobreza. Como se verá, el fracaso de las políticas y las causas de que la ayuda no tenga el efecto que debería tener radican a menudo en las llamadas «tres íes», es decir, ideología, ignorancia e inercia, por parte de expertos, de trabajadores del ámbito de la ayuda o de dirigentes y gestores locales.

Repensar la pobreza supone un revolucionario giro en el modo de abordar la lucha global contra la pobreza. Sus autores, dos consagrados economistas del MIT, han acudido directamente a los protagonistas para comprender cómo funciona de verdad la economía de los pobres, cuáles son sus motivaciones y aspiraciones. Los resultados de sus observaciones contradicen muchas de nuestras creencias más arraigadas.

El innovador planteamiento de este libro empieza por cambiar las preguntas. A partir de ahí, ofrece las respuestas y, con ellas, un gran potencial transformador y una guía esencial para políticos, activistas y cualquier persona preocupada por construir un mundo sin desigualdad.

* * * * *

En el libro encontrarás muchos ejemplos que demuestran que un poco de información marca una gran diferencia. Sin embargo, no todas las campañas informativas tienen éxito. Para que funcione una campaña debe tener varias características: 1. debe decir algo que la gente no sepa ya (los consejos generales parece que son menos efectivos);  2. debe comunicarlo de una manera sencilla y atractiva (una película, un programa de televisión, un boletín de notas bien diseñado);  3. y debe proceder de una fuente fiable (parece que se percibe a la prensa como fiable, lo que no deja de ser interesante). Uno de los corolarios de esta perspectiva es que los gobiernos pagan un coste inmenso en cuanto a pérdida de credibilidad cuando dicen cosas que son engañosas, confusas o falsas.

En segundo lugar, sobre los pobres recae la responsabilidad de demasiados aspectos de su vida. Cuanto más rico eres, más decisiones «acertadas» se toman por ti. Los pobres no tienen traídas de agua y, por tanto, no se benefician del cloro que el ayuntamiento vierte en los depósitos. Si quieren agua potable limpia, tienen que depurarla por su cuenta. No se pueden permitir desayunos con cereales preparados y enriquecidos, así que tienen que asegurarse de que toman, ellos y sus hijos, los nutrientes suficientes. No tienen una manera automática de ahorrar (como son los planes de pensiones o las aportaciones a la Seguridad Social), por lo que deben encontrar mecanismos para asegurarse de que lo hacen. Estas decisiones son difíciles para cualquiera, porque requieren reflexionar hoy, o asumir algún otro pequeño coste hoy, y las ventajas suelen obtenerse en un futuro lejano. Por eso es muy fácil caer en la trampa de posponer las cosas. En el caso de los pobres, además hay que sumar que sus vidas son, de por sí, mucho más exigentes que las nuestras.

En tercer lugar, hay buenas razones para creer que faltan mercados para los pobres o que, en algunos de ellos, se enfrentan a precios muy desfavorables. Los pobres obtienen un tipo de interés negativo por sus cuentas de ahorro (si es que tienen la suerte de tener una) y pagan intereses desorbitados por los préstamos que reciben (si pueden conseguir uno), porque incluso el manejo de pequeñas cantidades conlleva un coste fijo. El mercado de seguros sanitarios para los pobres no se ha desarrollado, a pesar de los efectos catastróficos que les provocan los problemas graves de salud. Esto es así porque las opciones de seguros que se pueden mantener en el mercado (coberturas contra enfermedades graves, coberturas contra riesgos meteorológicos basadas en fórmulas) son limitadas y no son lo que quieren los pobres.

En cuarto lugar, los países pobres no están condenados al fracaso porque sean pobres ni porque hayan tenido una historia desafortunada. Es cierto que las cosas a veces no funcionan en estos países: programas destinados a ayudar a los pobres que acaban en manos inadecuadas; profesores que enseñan con desgana o que, simplemente, no enseñan; carreteras debilitadas por el robo de materiales que se hunden bajo el peso de camiones sobrecargados; y así sucesivamente. Pero muchos de estos fracasos tienen menos que ver con alguna gran conspiración de las élites para mantener su control sobre la economía que con algún fallo evitable en el diseño detallado de las políticas y con las ubicuas tres íes: ignorancia, ideología e inercia. Se espera que las enfermeras desempeñen trabajos que no podría desarrollar una persona normal y, sin embargo, nadie se cree obligado a cambiar la descripción de sus puestos de trabajo. La moda del momento (sean embalses, médicos descalzos, microcréditos o lo que sea) se convierte en una política sin prestar atención a la realidad en la que se supone que va a operar. […]

Por último, las expectativas sobre lo que puede o no hacer la gente se convierten demasiado a menudo en profecías autocumplidas. Los niños dejan la escuela cuando sus maestros (y a veces sus padres) les dan a entender que no son lo suficientemente inteligentes para superar los programas; los vendedores de fruta no se esfuerzan en devolver los préstamos porque piensan que volverán a endeudarse rápidamente; las enfermeras dejan de ir a trabajar porque nadie supone que van a estar allí; los políticos de los que nadie espera resultados carecen de incentivos para intentar mejorar la vida de la gente. No es fácil cambiar las expectativas, pero tampoco es imposible.


No hay comentarios:

Publicar un comentario