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10 jun 2020

Black lives matter, LIFE MATTERS...



Entre el mundo y yo (Ta-Nehisi Coates).


Una carta de un padre a su hijo. Una profunda reflexión sobre la realidad social de la Norteamérica actual que recoge grandes temas universales como la discriminación, la desigualdad y el activismo necesario para combatirlas. “Éste es tu país, tu mundo, tu cuerpo, y debes encontrar la manera de vivir con todo ello”. “Lo que quiero para ti es que seas un ciudadano consciente de este mundo terrible y hermoso”.

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No es fácil reconocer que nuestro país no es justo, que discrimina a sus ciudadanos, que banaliza la maldad e, incluso, elimina (mata) a los colectivos más desfavorecidos. Esto sucede en cualquier sociedad porque en todas existen las minorías discriminadas. En EE.UU. son los negros, un colectivo discriminado históricamente por el color de su piel que los conforma como un grupo visiblemente vulnerable ante la violencia blanca (de los que se creen “blancos”). Pero no nos engañemos: en cada país tenemos a nuestros discriminados. Judíos, moros, gitanos, inmigrantes, españoles, musulmanes, cristianos… siempre que se establezca una diferencia se estará generando una distinción de clase.

En estos momentos el grito “Black lives matter” (movimiento formado en 2013) surgida tras el asesinato de George Floyd nos urge a reflexionar sobre la importancia de la vida, de las vidas (negras, blancas o de cualquier otra tonalidad). No nos equivoquemos haciendo fronteras en qué vidas importan ahora porque todas importan por igual, sin adjetivos... Tampoco hay vidas que valgan más o menos por su cronología, como bien sufrimos en nuestro país con los miles de muertos en residencias de mayores. Cualquier adjetivo nos separa del objetivo: la vida importa... y punto. Entiendo que por urgencia hay que priorizar en este preciso momento la carnicería al colectivo negro, pero no perdamos de vista que lo realmente importante es la vida en sí misma sin importar nada más: Life matters!

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A continuación tienes algunos fragmentos del libro para reflexionar e iniciar el debate:


La teoría democrática no está exenta de defectos:


Los americanos divinizan la democracia de un modo que apenas les permite darse cuenta de que de vez en cuando han desafiado a ese Dios. Pero la democracia es un dios que perdona, y las herejías de América —la tortura, el robo, el esclavismo— son tan comunes entre los individuos y las naciones que nadie puede declararse inmune a ellas.


La separación en grupos es una construcción teórica:


Pero la raza no es la madre del racismo, sino su hija. Y el proceso de designar al “pueblo” nunca ha dependido de la genealogía ni de la fisiognomía, sino de la jerarquía. Las diferencias en el color de piel y el pelo vienen de antiguo. Sin embargo, creer en la preeminencia de un tono y un pelo concretos, la idea de que estos factores pueden organizar de forma correcta una sociedad y de que encarnan atributos más profundos, esa es la idea nueva y central de una gente nueva a la que han criado irremediable, trágica y engañosamente para creerse blanca.


Todas las sociedades se han construido explotando a las minorías:


Tal vez haya existido, en algún momento de la historia, alguna gran potencia cuyo ascenso se viera exento de la explotación violenta de otros cuerpos humanos. Si existió, yo todavía no la he descubierto.


Vida violenta:


A fin de sobrevivir a los vecindarios y proteger mi cuerpo (vida), aprendí un idioma nuevo consistente en un repertorio básico de saludos con la cabeza y apretones de manos. Memoricé una lista de manzanas prohibidas. Aprendí el olor y la sensación de la atmósfera de pelea. Y aprendí también que “Pequeñajo, ¿me enseñas tu bicicleta?” nunca era una pregunta sincera, y que “Colega, te has metido con mi primo” no era ni una acusación verdadera ni tampoco un malentendido. Se trataba de las invocaciones a las que tú respondías plantando el pie izquierdo por delante, el derecho más atrás y protegiéndote la cara con las manos, una un poco por debajo de la otra, preparada para golpear. O bien respondías a ellas echando a correr, metiéndote por callejones, acortando por jardines y por fin entrando en tromba por la puerta de tu casa ante la mirada de tu hermano pequeño, metiéndote en tu habitación y sacando la pipa de tu funda de cuero o de debajo de tu colchón o de la caja de tus Adidas, y a continuación llamando a tus primos (que en realidad no lo eran) y regresando a la misma manzana, el mismo día, para hacer frente a la misma gente y gritarles: “¿Qué, negro, qué pasa ahora?”. Recuerdo que aprendí aquellas normas con más claridad que los colores y las formas, porque aquellas leyes eran esenciales para la seguridad de mi cuerpo.

Esto me parece una gran diferencia entre tú y yo. Tú conoces un poco de las viejas normas, pero no son tan esenciales para ti como lo fueron para mí. Estoy seguro de que habrás tenido algún encuentro con algún matón en el metro o en el parque, pero cuando yo tenía tu edad, todos los días un tercio entero de mi cerebro estaba ocupado en decidir con quién iba a ir a la escuela, cuántos seríamos exactamente, cómo caminaríamos, cuántas veces iba yo a sonreír, a quién y a qué iba a sonreír, quién me ofrecería chocar los puños y quién no: todo lo cual significaba que practicaba la cultura de las calles, una cultura dedicada ante todo a proteger el cuerpo (tu vida física).


Sin salida:


No teníamos salida. El suelo que pisábamos estaba lleno de cuerdas-trampa. El aire que respirábamos era tóxico. El agua nos impedía crecer bien. No teníamos salida.


Un mundo mejor:


El que nazca un mundo mejor, en última instancia, no depende de ti, aunque yo sé que todos los días hay hombres y mujeres adultos que te dicen que sí. El mundo necesita salvación precisamente por culpa de las acciones de esos hombres y mujeres (los violentos). No soy un cínico.


Sentir la desigualdad, sentirse "menos":


Es horrible de verdad considerarte a ti mismo como lo que está esencialmente “por debajo” en tu país. Dista demasiado de lo que nos gustaría pensar que somos, de nuestras vidas, del mundo por el que nos movemos y de la gente que nos rodea.

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