La evolución de la moral del simio al ser humano (Frans de Waal).
“¡Serás animal!”, “es el animal que llevamos dentro”…, oímos con frecuencia cuando actuamos mal, pero ¿por qué no decimos lo mismo cuando actuamos bien? Primates y filósofos aborda esta cuestión explorando los fundamentos biológicos de uno de los rasgos más preciados del ser humano: la moralidad.
En este libro, el primatólogo Frans de Waal sostiene que, al hacer hincapié en nuestros genes “egoístas”, la biología evolutiva moderna tiene una visión poco favorable del mundo natural. Así, la ciencia ha exacerbado nuestra costumbre de culpar a la naturaleza cuando actuamos mal y de calificar de genuinamente “humanas” nuestras buenas acciones. Al buscar el origen de la moralidad humana no en la evolución sino en la cultura, la ciencia insiste en que somos morales por elección, no por naturaleza.
Basándose en sus amplias investigaciones sobre el comportamiento de los primates, Frans de Waal explica que procedemos de un largo linaje de animales que se preocupan por los débiles y que cooperan entre sí mediante transacciones recíprocas, lo cual demuestra que existe una fuerte continuidad entre la conducta humana y la animal.
Hasta ahora se aceptaba la “teoría de la capa o del barniz” según la cual la moralidad es un ligero añadido (capa/barniz) que tiñe nuestros comportamientos egoístas de bondad. Pero, si rascas esa pátina, encontrarás a un hipócrita. Esta teoría defiende que el ser humano es malo por naturaleza.
Sin embargo es posible que la bondad/moralidad animal sea un elemento evolutivo de la naturaleza tanto de los animales humanos como de los animales no humanos. Los animales (todos los animales) somos empáticos, colaboradores, compasivos, tenemos comportamientos basados en el altruismo recíproco, apreciamos la justicia y la equidad, perseguimos el cumplimiento de expectativas y la recompensa del esfuerzo… que no es exclusivo del ser humano sino una herencia de los mamíferos y de los primates superiores. Es cierto que hay que educar esos comportamientos ventajosos (el altruismo recíproco es muy bueno para la evolución, pero lo es a largo plazo y no únicamente en resultados a corto plazo).
En lugar de la teoría de la capa, propone la teoría de la muñeca rusa basándose en el mecanismo de percepción-emoción-acción ya que el contagio emocional genera comportamientos morales buenos que han ido evolucionando hacia otros cada vez mejores y más racionales.
Según el modelo de la Muñeca Rusa, la empatía abarca todos los procesos conducentes a los estados emocionales relacionados tanto en el sujeto como en el objeto. En su núcleo reside un Mecanismo de Percepción-Acción que inmediatamente se traduce en una equiparación entre individuos inmediata y a menudo inconsciente de sus respectivos estados. Los niveles más elevados de la empatía que parten de esta base genéticamente programada incluyen la empatía cognitiva (por ejemplo, entender las razones de las emociones del prójimo) y la atribución del estado mental (por ejemplo, adoptar por entero la perspectiva ajena). El modelo de la Muñeca Rusa sostiene que las capas exteriores necesitan de las Interiores.
De Waal nos dice que “la moralidad probablemente evolucionó como un fenómeno intragrupal en conjunción con otra serie de capacidades típicamente intergrupales, tales como la resolución de conflictos, la cooperación y la capacidad para compartir”.
La bondad moral es algo real sobre lo que podemos establecer premisas ciertas. Como mínimo, la bondad requiere reconocer de forma apropiada a los demás. Del mismo modo, la maldad incluye esa clase de egoísmo que nos lleva a tratar a los demás inadecuadamente, al ignorar sus intereses o tratarles como meros instrumentos. […] Dado que existen razones científicas de peso para suponer que el egoísmo (al menos en un nivel genético) es un mecanismo primario de selección natural, ¿cómo es que los humanos hemos desarrollado un vínculo tan fuerte con el valor de la bondad? O, dicho de otra manera, ¿por qué no pensamos que está bien ser malo?
De Waal comienza dando la vuelta a la premisa de partida: sugiere que los humanos somos buenos por naturaleza. Nuestra “naturaleza buena” nos viene heredada, junto con otras muchas cosas, de nuestros ancestros no humanos a través del ya conocido proceso darwiniano de la selección natural. Para poner a prueba esta premisa, De Waal nos invita a observar con atención el comportamiento de nuestros parientes no humanos más cercanos: primero los chimpancés, después otros primates más alejados de nosotros y finalmente otros animales sociales que no son primates. Si nuestros parientes más cercanos actúan de hecho como si fueran buenos, y si nosotros los humanos actuamos como si fuéramos buenos, entonces el principio metodológico de la parsimonia nos insta a suponer que la bondad es real, que la motivación para hacer el bien es natural y que la moralidad de los humanos y de sus parientes tiene un origen común.
La evolución favorece a los animales que se ayudan entre sí si al hacerlo obtienen beneficios a largo plazo más valiosos que los beneficios derivados de actuar por su cuenta y competir con los demás. A diferencia de la cooperación, que se basa en beneficios simultáneos para todas las partes implicadas (conocido como mutualismo), la reciprocidad implica actos de intercambio que, aunque son beneficiosos para el receptor, son costosos para el agente. Este coste, que se genera porque hay un lapso de tiempo entre dar y recibir, se elimina en cuanto se devuelve un favor de igual valor al agente.
Una prueba atractiva de la fuerza de la empatía en los monos la encontramos en Wechkin, Masserman y otros autores que descubrieron que los monos rhesus se niegan a tirar de una cadena que les trae comida si con ello causan una descarga a un compañero. Un mono dejó de tirar durante cinco días y otro durante doce después de ver que uno de sus compañeros sufría una descarga. Estos monos estaban, literalmente, muriéndose de hambre con tal de evitar hacerse daño mutuamente.
A pesar de que estos estudios tempranos sugieren que, al comportarse de determinada manera, los animales intentan aliviar o evitar el sufrimiento en los demás, no queda claro si las respuestas espontáneas hacia sus sufridos congéneres se explican mediante:
La selección natural puede dar lugar a un increíble espectro de organismos, desde los más asociales y competitivos a los más amables y benévolos. Puede que este mismo proceso no haya especificado nuestras normas y valores morales, pero nos ha dotado de la estructura psicológica, las tendencias y las habilidades necesarias para desarrollar una brújula que tenga en cuenta los intereses de la comunidad en su conjunto capaz de guiarnos en la toma de decisiones vitales. Aquí reside la esencia de la moralidad humana.
De Waal nos dice que “la moralidad probablemente evolucionó como un fenómeno intragrupal en conjunción con otra serie de capacidades típicamente intergrupales, tales como la resolución de conflictos, la cooperación y la capacidad para compartir”.
La bondad moral es algo real sobre lo que podemos establecer premisas ciertas. Como mínimo, la bondad requiere reconocer de forma apropiada a los demás. Del mismo modo, la maldad incluye esa clase de egoísmo que nos lleva a tratar a los demás inadecuadamente, al ignorar sus intereses o tratarles como meros instrumentos. […] Dado que existen razones científicas de peso para suponer que el egoísmo (al menos en un nivel genético) es un mecanismo primario de selección natural, ¿cómo es que los humanos hemos desarrollado un vínculo tan fuerte con el valor de la bondad? O, dicho de otra manera, ¿por qué no pensamos que está bien ser malo?
De Waal comienza dando la vuelta a la premisa de partida: sugiere que los humanos somos buenos por naturaleza. Nuestra “naturaleza buena” nos viene heredada, junto con otras muchas cosas, de nuestros ancestros no humanos a través del ya conocido proceso darwiniano de la selección natural. Para poner a prueba esta premisa, De Waal nos invita a observar con atención el comportamiento de nuestros parientes no humanos más cercanos: primero los chimpancés, después otros primates más alejados de nosotros y finalmente otros animales sociales que no son primates. Si nuestros parientes más cercanos actúan de hecho como si fueran buenos, y si nosotros los humanos actuamos como si fuéramos buenos, entonces el principio metodológico de la parsimonia nos insta a suponer que la bondad es real, que la motivación para hacer el bien es natural y que la moralidad de los humanos y de sus parientes tiene un origen común.
La evolución favorece a los animales que se ayudan entre sí si al hacerlo obtienen beneficios a largo plazo más valiosos que los beneficios derivados de actuar por su cuenta y competir con los demás. A diferencia de la cooperación, que se basa en beneficios simultáneos para todas las partes implicadas (conocido como mutualismo), la reciprocidad implica actos de intercambio que, aunque son beneficiosos para el receptor, son costosos para el agente. Este coste, que se genera porque hay un lapso de tiempo entre dar y recibir, se elimina en cuanto se devuelve un favor de igual valor al agente.
Una prueba atractiva de la fuerza de la empatía en los monos la encontramos en Wechkin, Masserman y otros autores que descubrieron que los monos rhesus se niegan a tirar de una cadena que les trae comida si con ello causan una descarga a un compañero. Un mono dejó de tirar durante cinco días y otro durante doce después de ver que uno de sus compañeros sufría una descarga. Estos monos estaban, literalmente, muriéndose de hambre con tal de evitar hacerse daño mutuamente.
A pesar de que estos estudios tempranos sugieren que, al comportarse de determinada manera, los animales intentan aliviar o evitar el sufrimiento en los demás, no queda claro si las respuestas espontáneas hacia sus sufridos congéneres se explican mediante:
- la aversión a las señales de angustia y dolor de los otros;
- la angustia personal generada mediante contagio emocional; o
- motivaciones verdaderamente basadas en la ayuda.
La selección natural puede dar lugar a un increíble espectro de organismos, desde los más asociales y competitivos a los más amables y benévolos. Puede que este mismo proceso no haya especificado nuestras normas y valores morales, pero nos ha dotado de la estructura psicológica, las tendencias y las habilidades necesarias para desarrollar una brújula que tenga en cuenta los intereses de la comunidad en su conjunto capaz de guiarnos en la toma de decisiones vitales. Aquí reside la esencia de la moralidad humana.
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