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3 ene 2023

El deseo interminable. Las claves emocionales de la historia... (1/4)


 “El objetivo de este libro es convencer al lector de que no estoy loco o, para ser más exacto, de que no soy víctima de la hýbris”. Así comienza el nuevo libro de José Antonio Marina, que surge de la convicción de que la historia humana puede comprenderse si descubrimos las esperanzas y los miedos que la impulsaron. A partir del estudio de las pasiones según la psicología, y en consonancia con el pensamiento filosófico y antropológico, el autor crea una nueva forma de aproximarnos a lo que somos: la psicohistoria.

Los deseos impulsan la acción, pero la satisfacción de los mismos no agota nuestra capacidad para anhelar: somos un deseo interminable que solo podría ser saciado con la felicidad plena que nunca conseguimos. Por eso, incluso los acontecimientos históricos más terribles son parte de una larga y tortuosa búsqueda de ese sentimiento de felicidad auténtica y total. Esta obra nos revela el papel que juegan las emociones a la hora de entender nuestros orígenes y el desarrollo de las sociedades.

Para marcar la ruta de nuestro recorrido por el horizonte de aspiraciones a lo largo de nuestra historia, podemos hablar de cuatro proyecciones de la aspiración a la felicidad: (1) la edad de oro con la nostalgia del pasado remoto idealizado y olvidado; (2) el paraíso futuro, con un cielo que adormece las conciencias y las luchas presentes; (3) las ciudades utópicas, donde todo el mundo alcanza la satisfacción de sus necesidades; y (4) los paraísos artificiales del presente.

Hay una razón antropológica para nuestra motivación emocional: los sapiens hemos heredado las necesidades e impulsos de nuestros ancestros animales y homínidos. Juan Luis Arsuaga lo expresa con una acertada frase: “Porque somos mamíferos, somos emocionales; porque somos primates, somos sociales”.

Los humanos hemos estado sometidos a un doble proceso selectivo: individual y grupal. “En la evolución social genética —escribe Wilson— existe una regla de hierro según la cual los individuos egoístas vencen a los individuos altruistas, mientras que los grupos altruistas ganan a los grupos de individuos egoístas”.

Las tres grandes pulsiones ancestrales son:
  1. Pulsión de bienestar personal: tener recursos suficientes, dinero, propiedades, comodidades...
  2. Pulsión de relacionarse socialmente: que se traduce en prestigio, estatus, red de relaciones...
  3. Pulsión de ampliar las posibilidades de acción: la voluntad de poderío de Nietzsche, el deseo de acción de Fromm.
Además, los sapiens no solo hemos aprendido a adaptarnos al entorno y transformarlo con innovaciones evolutivas (cosa que también han sabido hacer plantas y animales), sino que además tenemos la capacidad de proyectar mundos. Esa capacidad de crear mundos simbólicos es única y nos ha constituido en quienes somos. Estos mundos simbólicos, primero religiosos y luego filosóficos, son los que dan sentido a nuestra existencia y nos aportan una identidad personal y social.

Diez mil años antes de nuestra era, la vida de los humanos cambió. Emergieron tres modos de vida distintos, cada uno con su propio ideal de felicidad:
  • Apareció la agricultura y, con ella, la vida campesina. Pronto aparecieron formas de dominación (siervos y señores) y su horizonte de felicidad fue y sigue siendo muy limitado: se reduce a tener alimento y no tener miedo. La vida campesina es una vida de sumisión y obediencia.
  • Otros grupos, sobre todo de pastores, prefirieron la vida nómada. Representan el riesgo y la aventura, que todavía hoy suscitan un deseo inconsciente en nuestra ser más profundo.
  • El tercer modo de vida fue la ciudadana. El éxito de la ciudad se debió a que prometía satisfacer los tres grandes deseos humanos: el bienestar y la seguridad, la sociabilidad, y el aumento de posibilidades. Apareció por eso como la imagen de la felicidad.
La ciudad representa un hito sin igual a la hora de materializar las aspiraciones humanas en múltiples niveles:
  1. La casa, como símbolo de protección, hogar e individualidad.
  2. La muralla, como símbolo de seguridad ante las amenazas externas.
  3. El palacio y el templo, como símbolos del poder (material y espiritual).
  4. La escuela, como símbolo de la cultura y también del adoctrinamiento cultural.
Hoy podríamos hacer un nuevo análisis de las ciudades: el modelo residencial de las urbanizaciones, que aúna la casa, la muralla y el ocio; los grandes polideportivos, auditorios y edificios gubernamentales, que son los nuevos templos y palacios; y los supermercados, centros comerciales, polígonos industriales y rascacielos, que representan el dominio del modelo económico y productivo.

¿Son capaces de colmar las aspiraciones de felicidad o son un paraíso artificial?
"El mundo moderno ha reducido la Felicidad a una sucesión de felicidades hechas posibles por la expansión del consumo. La sociedad nos empuja a desear más.
Bauman considera que la consuming life nos lleva a no sentirnos nunca satisfechos y, en consecuencia, a aumentar continuamente nuestras expectativas.
Durkheim incluyó entre las cuatro causas de suicidio que estudió la de las personas que no conocen los límites de sus propios deseos y, en consecuencia, viven en una situación emocional de constante decepción.
Emanuele Felice advierte de que hemos pasado de hablar del paraíso a hablar de pastillas antidepresivas. Concluye: “El único puente sigue siendo el sueño de una vida feliz”. Los paraísos artificiales, expresión creada por Baudelaire, ofrecen una solución rápida. Refuerzan el escéptico comentario de Samuel Johnson: “El hombre nunca es feliz en presente, salvo cuando está borracho”.
Yuval Noah Harari, en Homo Deus, avizora un futuro en el que, controlados los grandes males de la humanidad —la peste, el hambre y la guerra—, esta se embarcará en tres nuevos proyectos: la inmortalidad, la felicidad y ampliar nuestras capacidades hasta convertirnos en dioses".



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