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5 ene 2023

El deseo interminable. Las claves emocionales de la historia... (2/4)

 

Las nuevas aspiraciones del sapiens, creador de mundos.

Pero podemos aspirar a una transformación radical en las aspiraciones:

Von Uexküll describió el Umwelt de los animales. El mundo de la garrapata no es el mismo que el del lince. Los animales tienen que adaptarse a vivir en la realidad a través de las gafas que les proporciona su organismo. Hay, sin embargo, algunos animales que adaptan la realidad a sus necesidades, como los castores que construyen presas; pero, una vez alcanzada una buena solución, se quedan en ella hasta que cambie el entorno. Pues bien, la aparición del sapiens se acompaña de una incesante construcción de su mundo, no solo de su mundo físico, sino de su mundo mental.

Entre la realidad y él introduce los significados, los símbolos, las imágenes, las creencias, irrealidades que van a determinar su hábitat. Se manifiesta aquí una gigantesca energía expansiva, lo que podemos denominar “el bucle prodigioso”.

Los humanos cambian su entorno, y esto fuerza a sus crías a adaptarse a ese entorno parcialmente humanizado, que esos descendientes volverán a cambiar de nuevo, aumentando así el ciclo amplificador. Un ejemplo: nuestros hijos nacen en un mundo digitalizado y ese es su entorno. Su contacto con la realidad va a estar mediatizado por pantallas y, si quieren sobrevivir, tendrán que adaptarse a él. Pero, con las capacidades que esa adaptación les proporciona, volverán a cambiar el entorno, y así indefinidamente. Dentro de unas generaciones, habrán olvidado lo que era vivir sin pantallas.

Volviendo a nuestros ancestros, cada logro mental —la mejora de la comunicación, el largo camino hacia el lenguaje, la cooperación para la caza— y cada logro material —el dominio del fuego, la talla de herramientas, la cocina, las construcciones para protegerse, etcétera— cambiaron su mundo. Los antropólogos lo denominan “construcción del nicho ecológico” y consideran que es una gigantesca fuerza evolutiva.

Eduardo Kohn, siguiendo a Terrence Deacon, sugiere que deberíamos comprender el nicho humano como un mundo que es permeado y constituido por semiosis, es decir, por la creación y la interpretación de signos. El bosque real se prolonga con el bosque imaginado. Edmund Husserl y Jean Piaget estarían de acuerdo. Uno hablaría de “fenomenología genética” y el otro, de la “construcción de lo real por el niño”. Podemos resumir esta situación en una fórmula sencilla:

MUNDO = REALIDAD + SIGNIFICADOS.

Mediante esos significados intentamos conocer la realidad, dominarla, aplacarla, expresarla. Una teoría científica es un conjunto de significaciones que intentan explicar cómo funciona la naturaleza. Al nacer, heredamos la información genética y el mundo en que nuestros padres han vivido. Como explica Agustín Fuentes, de la Universidad de Notre Dame, la nueva teoría de la evolución humana incluye diferentes procesos de transmisión hereditaria: genéticos, sin duda, pero también epigenéticos, conductuales y simbólicos-culturales.

Esta teoría expandida de la evolución es un avance, pero debe completarse, en el caso humano, con el estudio del dinamismo que impulsa su evolución: sus necesidades, deseos, aspiraciones, esperanzas.

Skinner describió el mundo como una fuente de premios y castigos —reforzadores positivos y negativos— que iban esculpiendo al sujeto. Reducido a eso el entorno, los humanos nos hubiéramos adaptado a él y solo habríamos cambiado si este hubiera cambiado. Las cosas no han ocurrido así. Hemos cambiado el entorno en una permanente carrera por alcanzar la zanahoria que poníamos delante de nosotros. Continuamente intentamos seducirnos a nosotros mismos desde lejos. Es el impulso que hila el “hilo de oro”. Las pulsiones van seleccionando las casualidades que las favorecen, guardándolas y transmitiéndolas. Es un automatismo que encierra un enigma de la naturaleza.

Lo traspondré al mundo vegetal. Los vegetales se reproducen. Es su dinamismo vital, su “problema”. Para resolverlo, decimos que “la naturaleza ha inventado muchos procedimientos”. Es evidente que es una expresión poética: la naturaleza no es un personaje que pueda inventar algo. Pero lo cierto es que el mundo vegetal ha producido sorprendentes procedimientos para resolver un problema. Una de esas soluciones me ha llamado siempre la atención por su brillantez: las plantas tienen que dispersar sus semillas, porque, si todas cayeran junto a la planta madre, no tendrían posibilidad de sobrevivir. Las soluciones son muy ingeniosas: vilanos, hélices, garfios para agarrarse al pelo de los animales, protección para no ser destruidas por los jugos gástricos y dispersarse con las heces, transporte fluvial. Creo que el más espectacular es el inventado por el pepinillo del diablo (Ecballium elaterium), que dispara las semillas a más de un metro de distancia.

Los receptores sensoriales de los animales se han desarrollado y perfeccionado de una manera sorprendente, así como los sistemas de orientación. El ojo se reinventó al menos seis veces. Debemos aplicar esta capacidad creadora no consciente también al ser humano. La necesidad de comunicación para unos animales tan sociales era imprescindible. Pero la génesis del lenguaje es prodigiosa. Los sapiens adquirieron una maquinaria productora de significados, y vivir en ese nuevo mundo debió de provocarles un cierto desconcierto. Somos la máquina creadora de mundos.

Los mundos simbólicos religiosos y la felicidad personal y social.

Ese mundo simbólico se consolidó, fortaleció, penetró y expandió el proceso de humanización porque nuestros antepasados lo consideraron un camino hacia la felicidad.

La religión ayuda al ser humano a superar las conmociones emocionales, la angustia, el horror, la muerte, el absurdo. Gran parte de los rituales están encaminados a asegurar la inmortalidad. Muchos creen que el ritual funerario es el acto religioso por excelencia (B. Malinovski).

Otra de las funciones que realizan las religiones y que han ayudado a su pervivencia es la de explicar. Dentro de ella incluyo la función de dar sentido a la vida y sus peripecias. Las religiones dieron explicaciones al origen del mundo, con los mitos cosmogónicos, al origen del mal, de la muerte, del sufrimiento. Dar sentido quiere decir “comprender un hecho”, y eso significa introducirlo en un modelo dentro del cual encuentra su explicación.

Desde una perspectiva colectiva o de grupo, las religiones ofrecen también dos funciones radicales: una es ordenar el mundo, librarlo del caos. Las creaciones religiosas aglutinan al pueblo dándole códigos y conciencia de su identidad. La otra gran función social de la religión es fomentar la cohesión de la comunidad.

“Las primeras ideas religiosas —comenta Hume— no surgieron de la contemplación de las obras de la naturaleza, sino del interés por los hechos de la vida y de las incesantes esperanzas y temores que mueven a la mente humana», entre los cuales menciona el deseo de felicidad, el temor a la miseria futura, el terror a la muerte, la sed de venganza, el hambre.

“Las religiones no son en primer lugar filosofías o teologías, sino caminos primarios de salvación-liberación” (J. Hick). “Como toda necesidad de salvación expresa algún tipo de sufrimiento personal, es normal que la presión económica y social potencie los sentimientos de salvación” (Worsley).

Gracias a las religiones tenemos dibujado al protagonista de la historia: un ser movido y dirigido por deseos y emociones básicas, ampliadas por un pensamiento simbólico creador de irrealidades, con una incipiente capacidad de autocontrol y lanzado sin ser consciente de ello a la búsqueda de la felicidad.


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