Las nuevas
aspiraciones del sapiens, creador de mundos.
Pero podemos aspirar a una transformación
radical en las aspiraciones:
Von Uexküll describió el
Umwelt de los animales. El mundo de la garrapata no es el mismo que el del
lince. Los animales tienen que adaptarse a vivir en la realidad a través de
las gafas que les proporciona su organismo. Hay, sin embargo, algunos
animales que adaptan la realidad a sus necesidades, como los castores que
construyen presas; pero, una vez alcanzada una buena solución, se quedan en
ella hasta que cambie el entorno. Pues bien, la aparición del sapiens
se acompaña de una incesante construcción de su mundo, no solo de su mundo físico,
sino de su mundo mental.
Entre la realidad y él
introduce los significados, los símbolos, las imágenes, las creencias,
irrealidades que van a determinar su hábitat. Se manifiesta aquí una gigantesca energía expansiva, lo que podemos
denominar “el bucle prodigioso”.
Los humanos cambian su
entorno, y esto fuerza a sus crías a adaptarse a ese entorno parcialmente
humanizado, que esos descendientes volverán a cambiar de nuevo, aumentando así
el ciclo amplificador. Un ejemplo: nuestros hijos nacen en un mundo
digitalizado y ese es su entorno. Su contacto con la realidad va a estar
mediatizado por pantallas y, si quieren sobrevivir, tendrán que adaptarse a él.
Pero, con las capacidades que esa adaptación les proporciona, volverán a
cambiar el entorno, y así indefinidamente. Dentro de unas generaciones, habrán
olvidado lo que era vivir sin pantallas.
Volviendo a nuestros
ancestros, cada logro mental —la mejora de la comunicación, el largo
camino hacia el lenguaje, la cooperación para la caza— y cada logro material
—el dominio del fuego, la talla de herramientas, la cocina, las construcciones
para protegerse, etcétera— cambiaron su mundo. Los antropólogos lo
denominan “construcción del nicho ecológico” y consideran que es una gigantesca
fuerza evolutiva.
Eduardo Kohn, siguiendo a
Terrence Deacon, sugiere que deberíamos comprender el nicho humano como un
mundo que es permeado y constituido por semiosis, es decir, por la
creación y la interpretación de signos. El bosque real se prolonga con el
bosque imaginado. Edmund Husserl y Jean Piaget estarían de acuerdo. Uno
hablaría de “fenomenología genética” y el otro, de la “construcción de lo real
por el niño”. Podemos resumir esta situación en una fórmula sencilla:
MUNDO = REALIDAD + SIGNIFICADOS.
Mediante esos
significados intentamos conocer la realidad, dominarla, aplacarla, expresarla.
Una teoría científica es un conjunto de significaciones que intentan explicar
cómo funciona la naturaleza. Al nacer, heredamos la información genética y el
mundo en que nuestros padres han vivido. Como explica Agustín Fuentes, de la
Universidad de Notre Dame, la nueva teoría de la evolución humana incluye
diferentes procesos de transmisión hereditaria: genéticos, sin duda, pero
también epigenéticos, conductuales y simbólicos-culturales.
Esta teoría expandida de
la evolución es un avance, pero debe completarse, en el caso humano, con el
estudio del dinamismo que impulsa su evolución: sus necesidades, deseos,
aspiraciones, esperanzas.
Skinner describió el
mundo como una fuente de premios y castigos —reforzadores positivos y
negativos— que iban esculpiendo al sujeto. Reducido a eso el entorno, los
humanos nos hubiéramos adaptado a él y solo habríamos cambiado si este hubiera
cambiado. Las cosas no han ocurrido así. Hemos cambiado el entorno en una
permanente carrera por alcanzar la zanahoria que poníamos delante de nosotros.
Continuamente intentamos seducirnos a nosotros mismos desde lejos. Es el
impulso que hila el “hilo de oro”. Las pulsiones van seleccionando las
casualidades que las favorecen, guardándolas y transmitiéndolas. Es un
automatismo que encierra un enigma de la naturaleza.
Lo traspondré al mundo
vegetal. Los vegetales se reproducen. Es su dinamismo vital, su “problema”.
Para resolverlo, decimos que “la naturaleza ha inventado muchos procedimientos”.
Es evidente que es una expresión poética: la naturaleza no es un personaje que
pueda inventar algo. Pero lo cierto es que el mundo vegetal ha producido
sorprendentes procedimientos para resolver un problema. Una de esas soluciones
me ha llamado siempre la atención por su brillantez: las plantas tienen que
dispersar sus semillas, porque, si todas cayeran junto a la planta madre, no
tendrían posibilidad de sobrevivir. Las soluciones son muy ingeniosas: vilanos,
hélices, garfios para agarrarse al pelo de los animales, protección para no ser
destruidas por los jugos gástricos y dispersarse con las heces, transporte
fluvial. Creo que el más espectacular es el inventado por el pepinillo del
diablo (Ecballium elaterium), que dispara las semillas a más de un metro
de distancia.
Los receptores
sensoriales de los animales se han desarrollado y perfeccionado de una manera
sorprendente, así como los sistemas de orientación. El ojo se reinventó al
menos seis veces. Debemos aplicar esta capacidad creadora no consciente también
al ser humano. La necesidad de comunicación para unos animales tan sociales era
imprescindible. Pero la génesis del lenguaje es prodigiosa. Los sapiens
adquirieron una maquinaria productora de significados, y vivir en ese nuevo
mundo debió de provocarles un cierto desconcierto. Somos la máquina creadora de
mundos.
Los mundos
simbólicos religiosos y la felicidad personal y social.
Ese mundo simbólico se consolidó,
fortaleció, penetró y expandió el proceso de humanización porque nuestros
antepasados lo consideraron un camino hacia la felicidad.
La religión ayuda al
ser humano a superar las conmociones emocionales, la angustia, el horror, la
muerte, el absurdo. Gran parte de
los rituales están encaminados a asegurar la inmortalidad. Muchos creen que el
ritual funerario es el acto religioso por excelencia (B. Malinovski).
Otra de las funciones que
realizan las religiones y que han ayudado a su pervivencia es la de explicar.
Dentro de ella incluyo la función de dar sentido a la vida y sus
peripecias. Las religiones dieron explicaciones al origen del mundo, con los
mitos cosmogónicos, al origen del mal, de la muerte, del sufrimiento. Dar
sentido quiere decir “comprender un hecho”, y eso significa introducirlo en un
modelo dentro del cual encuentra su explicación.
Desde una perspectiva
colectiva o de grupo, las religiones ofrecen también dos funciones radicales: una
es ordenar el mundo, librarlo del caos. Las creaciones religiosas aglutinan
al pueblo dándole códigos y conciencia de su identidad. La otra gran
función social de la religión es fomentar la cohesión de la comunidad.
“Las
primeras ideas religiosas —comenta Hume— no surgieron de la contemplación de
las obras de la naturaleza, sino del interés por los hechos de la vida y de las
incesantes esperanzas y temores que mueven a la mente humana», entre los cuales
menciona el deseo de felicidad, el temor a la miseria futura, el terror a la
muerte, la sed de venganza, el hambre.
“Las
religiones no son en primer lugar filosofías o teologías, sino caminos
primarios de salvación-liberación” (J. Hick). “Como toda necesidad de salvación
expresa algún tipo de sufrimiento personal, es normal que la presión económica
y social potencie los sentimientos de salvación” (Worsley).
Gracias a las religiones
tenemos dibujado al protagonista de la historia: un ser movido y dirigido por deseos y emociones básicas,
ampliadas por un pensamiento simbólico creador de irrealidades, con una incipiente
capacidad de autocontrol y lanzado sin ser consciente de ello a la búsqueda de
la felicidad.
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